Noto con preocupación que en República Dominicana son muchísimas las personas que actúan con irresponsabilidad frente al COVID-19. Varias han sido sus curvas. Primero, pocos se lo creían. Después surgió el terror antes las muertes. No había casi nadie en las calles, los negocios, discotecas, bares y otros lugares sociales permanecieron cerrados por prevención. A pesar del riesgo financiero, la queja no era una constante, pero con los meses llegó la presión social, y ahora todo el mundo quiere volver a las calles, de ser posible sin mascarillas.
¿A quién no le gustaría respirar sin tener nada sobre la nariz y la boca? ¡A cualquiera! Pero debemos tener conciencia y respeto, en especial por la salud y la vida de los demás. En un principio, la gente comenzó saludándose con un gesto de lejos, después fue con el codo, hoy resulta común sentarse a pocos centímetros y abrazar a cualquiera, incluso hay fiestas donde se aglomeran decenas o hasta cientos de personas.
La mayoría parece haberle perdido el miedo a un virus letal que ha vuelto a recobrar su autoestima y sigue volando con fuerza en el ambiente. No es mi caso.
Hace poco una cuñada que tengo en Miami me preguntó si estaba de acuerdo con que abrieran los restaurantes como si nada, y le contesté que no me parece bien. ¿Por qué? “Porque cuando vas a un restaurante —le dije—, llegas a comer o beber, y ¿qué es lo primero que tienes que hacer? Quitarte la mascarilla”.